Napoleón Bonaparte fue un general exitoso y probablemente hubiera derrotado a los británicos de haber podido desembarcar sus tropas en Inglaterra. Sin embargo, le fallaron los medios para enfrentarse a la Royal Navy. Sus planes de invasión fueron abortados por la batalla de Trafalgar en 1805 (y muy probablemente ya hubieran sido descartados por el Emperador en julio de ese mismo año, tras la batalla del Cabo Finisterre y la posterior retirada de Villeneuve con la flota combinada a Cádiz), por lo cual la marina de guerra francesa había sufrido graves pérdidas y no estaba en condiciones de intentar un desembarco en las islas británicas, al no tener la cantidad y calidad de buques suficientes para enfrentarse con éxito a la Royal Navy británica. En lugar de la estrategia militar, Napoleón optó entonces por la estrategia de guerra económica, apreciando que gran parte de la fortaleza nacional británica estaba basada en su floreciente comercio internacional.
Como resultado de los primeros inicios de la revolución industrial, la economía británica había surgido con fuerza en Europa en el papel de exportadores de productos manufacturados, ocupando así el lugar de principales productores industriales y proveedores de manufacturas al resto de Europa y al mundo, lo cual les hacía en principio vulnerables a un embargo comercial. Muchos otros países europeos poseían industrias bien establecidas a fines del siglo XVIII, pero ninguno de ellos (ni siquiera Francia, su más cercana competidora), tenía una producción industrial tan numerosa y variada como la británica.
Establecimiento del Bloqueo
Justamente en esto consistía el Bloqueo Continental: se trataba de un embargo comercial que prohibía el comercio de productos británicos en el continente europeo. En noviembre de 1806, tras los éxitos militares de Austerlitz y Jena, todo el continente se hallaba bajo el dominio directo de Francia, o con países que por temor se abstenían cuidadosamente de ir contra los intereses franceses, situación visible desde la península ibérica hasta Prusia, y fue este el momento escogido por Napoleón para promulgar el Decreto de Berlín, prohibiendo a sus aliados y a los países conquistados cualquier tipo de relación comercial con Gran Bretaña. En 1807 incluso endureció las condiciones iniciales del decreto en un intento por destruir de forma decisiva el comercio británico como preludio para una posible invasión, a través del Decreto de Milán.
Un "Napoléon", moneda francesa de oro de 1803, fechada en el "Año 12" de la Revolución
A la vez que se implantaba el bloqueo contra Gran Bretaña, era necesario establecer un pleno control francés sobre los principales puertos de la Europa continental, ya sea mediante el establecimiento directo de soldados franceses o mediante la amenaza a las autoridades locales de una ocupación militar francesa en caso de no poner en vigor el bloqueo. Este sistema fue el pretexto para que Napoleón impusiera la ocupación francesa directa en varios puntos de Europa, a la vez que logró presionar a varios estados para sujetarse a sus designios bajo coacción.
Grandes socios comerciales de Gran Bretaña como los países ribereños del Báltico (Dinamarca, y Prusia) debieron plegarse a las exigencias de Napoleón para eludir la invasión francesa. De igual forma los territorios de Italia y el resto de Alemania bajo influencia napoleónica debieron imponer controles aduaneros para cerrar el paso a los productos británicos. España, también coaccionada por Napoleón, aceptó integrarse al bloqueo.
En contrapartida, tras prohibirse el comercio de los productos británicos los mercados europeos quedaron abiertos a los productos franceses, aunque Napoleón cuidó de mantener una política arancelaria que beneficiaba solamente a las zonas de Europa anexadas por Francia. No obstante, varios países de Europa descubrieron que el bloqueo les causaba serio perjuicio en tanto Francia no podía sustituir a los británicos como proveedores de manufacturas para el resto del continente, no podía reemplazar a Gran Bretaña como cliente de materia prima de la Europa Central y Oriental, y se negaba a actuar como un mercado totalmente abierto al resto de Europa como sí sucedía en Gran Bretaña.
El hecho evidente que Francia no tenía una marina capaz de controlar las rutas comerciales mundiales causaba que en la práctica el bloqueo privara a Europa de su acceso al comercio internacional ultramarino, el cual era un pilar importante de la economía europea desde mediados del siglo XVI. Inclusive dentro de Europa el sistema de bloqueo precisaba del empleo masivo de rutas terrestres y fluviales que solo existían fragmentariamente, además de requerir una estructura de comercio y banca bastante desarrollada que solo se encontraba en Europa Occidental.